Entender la herencia de Barcelona’92 requiere explicar su relación con el reto medioambiental que se vive en nuestros días. El año de Barcelona’92 fue importante a nivel internacional en términos medioambientales, la Conferencia de Río de 1992 establecía una serie de protocolos en materia de sostenibilidad por primera vez. La coincidencia de los dos grandes acontecimientos supuso la firma del manifiesto Pacto por la Tierra, tanto por Naciones Unidas a través de la Conferencia de Río como por el Movimiento Olímpico en su conjunto.
Dentro de las atribuciones del COOB’92 existía un incentivo fiscal a las empresas que hicieran donaciones, también en materia de medio ambiente (el total de incentivos fiscales certificados por el COOB’92 supusieron 221.500 millones de pesetas de entonces, que al cambio actual supondrían unos 1.331 millones de euros). El impacto medioambiental de los juegos también fue una temática presente en diversas exposiciones previas sobre el desarrollo de los diferentes proyectos, con especial atención a la muestra titulada Querida Tierra, con una afluencia de más de 100.000 personas.
Querida Tierra tuvo continuidad después de los Juegos, con una gira a nivel internacional, enfocada también como un ingrediente más del mensaje olímpico iniciado en Barcelona’92. Cabe decir que la filosofía diseñada por Barcelona de priorizar las necesidades de la ciudad, tanto en lo referente al planeamiento urbanístico y de infraestructuras, como por la modulación de las instalaciones olímpicas y su uso posterior, constituyen un precedente de las actuales políticas de sostenibilidad económica y medioambiental.